cuentos funebres: retrato del tiempo

En una vieja iglesia, oscura y degullida por los años, tan vacía como siniestra, se encuentra un niño que mira fijamente una cruz de madera, en la que en otros tiempos reinó el dios de los cielos. Ha pasado ya mucho tiempo desde entonces, la cruz esta vacía y su rey se encuentra a un lado, en el suelo, con la corona hecha mil pedazos y fragmentos de su cuerpo se encuentran esparcidos por el suelo del altar.

El niño mira sin cesar y de sus ojos una lágrima ha dejado la huella de su huida. Apenas y puede percibirse un ligero sollozo, que en otro momento fuera un llanto que produjo mares. Se encuentra sentado en una banca de fino roble, tan fino como devastado, en cuyo extremo opuesto se encuentra un hombre viejo que aun lleva puesto maquillaje. Nadie más los acompaña a rezar, sin embargo, no parecen estar rezando.

El viejo, por el contrario, mira fijamente al niño, con el rostro desencajado, con una mueca tan torcida como su conciencia, con un espanto tan absurdo como su disfraz. En otros tiempos bien pudo pasar por comediante, pero ahora parece un despojo de una triste humanidad.

Ninguno de ellos habla. En las paredes de la iglesia se encuentran rastros de otras voces que en otros tiempos llenaron el lugar. Voces que han rasgado los vitrales y debilitado los pilares que en otro lugar parecieran irrompibles. Ninguno de ellos habla y sin embargo se han dicho ya tantas cosas que no las pueden asimilar.

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