Muy temprano por la mañana, Rodolfo se ha levantado para ir a trabajar. Se ha bañado con mucha calma y se ha puesto su mejor uniforme. Se ha perfumado, lavado los dientes y hecho su mejor peinado. Ha salido a la calle como todos los días y caminado los mimos pasos hasta el lugar en donde ha de tomar el camión que le ha de llevar al centro de la ciudad. Ha esperado el mismo tiempo que siempre y se ha subido a la misma unidad, ha pagado el mismo importe y se ha sentado al fondo en el asiento central, como suele acostumbrar.
El viaje dura casi lo mismo que todos los días hasta llegar a su destino, en donde se ha bajar y sortear tanta gente que, como él, se dirigen a su lugar de trabajo. Camina muchas calles en dos direcciones, tantas, que a cualquiera le harían ampollas en los pies, pero Rodolfo está acostumbrado a ello porque lo hace todo el tiempo.
Al llegar a su trabajo, una máquina lo recibe sin darle los buenos días y registra la hora, que suele ser la misma todo el tiempo. Se pone un casco y algún equipo que ha de utilizar y se dirige al lugar en donde ha de laborar. El día transcurre sin ninguna novedad y llega la hora de regresar a casa.
El viaje, como era de esperar, transcurre de la misma forma que todas las noches. Camina las mismas calles hasta llegar al lugar en donde a de subirse a un camión que le ha de llevar de vuelta a su hogar. El viaje es más lento y el tránsito más pesado. La gente parece que no está y la soledad, clavada en sus corazones, reina en toda la ciudad.
Cuando Rodolfo llega a casa, una luz se enciende en la sala y enseguida otra en la terraza. Lupita, su hija, que había estado internada dos meses en el hospital, ha regresado a casa y se encuentra parada en el portal del hogar. Luce una enorme sonrisa y lleva los brazos bien abiertos, tratando de atrapar todo lo que pueda del papá. Ambos se miran por unos segundos y una lágrima les recuerda la promesa que se hicieron hace un tiempo, en el hospital, cuando Lupita estuvo cerca de partir. Se abrazan, se besan y se vuelven a abrazar, y tomados de la mano, padre e hija, se integran a la casa en donde mamá Conchita les espera con una cena para celebrar.
Mis amigos, los días pueden parecer trágicos en ocasiones, grises e intrascendentes, pero siempre habrá ese algo que los ha de hacer especial.
Sniff, muy buena DK, muy buena.
ResponderBorrarOjala y pudiera escribir como tú compadre, tienes talento.
Saludos
:( no mames casi me pongo a chillar, buen relato, yo esperaba que le pasara algo malo a Rodolfo, pero la neta es que este te quedó de 10 :).
ResponderBorrarSaludos
Si uno se deja llevar por lo cotidiano deja de apreciar los bellos momentos.
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